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¿Por qué engordamos? de Gary Taubes, resumen del libro

Y qué hacer al respecto
by The Blinkist Team | Jun 29 2023

En este resumen del popular libro ¿Por qué engordamos? de Gary Taubes te presentamos las ideas principales de este clásico best-seller.

 

Sinopsis

¿Por qué engordamos? (2010) explica por qué ciertos tipos de carbohidratos nos hacen subir de peso. Este libro no solo habla de por qué las personas suben de peso, sino también de por qué el tema es tan controversial. También explica por qué algunas personas suben de peso y otras no, la función de la predisposición genética en este proceso y qué alimentos deberíamos evitar.

 

¿A quién está dirigido?

  • Toda persona que quiere perder o mantener su peso.
  • Toda persona interesada en conocer las causas del sobrepeso.

 

Acerca del autor

Gary Taubes (1956) es periodista científico estadounidense. En su libro, analiza las controversias científicas y ofrece a sus lectores información clara sobre temas complejos. Recientemente, ha llamado la atención por su visión crítica hacia la ciencia de la nutrición.

 

Las personas que consumen más calorías de las que queman suben de peso: un concepto erróneo frecuente.

Los primeros tres blinks tratan la lógica errada que domina nuestra visión actual de las causas de la obesidad.

La gran mayoría de los expertos en nutrición creen que existe una sola fórmula para explicar por qué las personas tienen sobrepeso: si consumen más calorías de las que gastan, subirán de peso.

Explican que la razón por la que muchas personas tienen sobrepeso hoy en día es porque consumen demasiados alimentos no saludables que tienen muchas calorías y, al mismo tiempo, no gastan casi nada de energías porque, por ejemplo, pasan mucho tiempo sentados en el automóvil, en un escritorio o frente al televisor.

Si nos guiamos por esta teoría, podríamos llegar a la conclusión de que las personas somos simplemente perezosas y glotonas, y que nuestro cuerpo es como un globo que se infla cuando le ingresamos energía y se desinfla cuando la gastamos.

Sin embargo, esta excesiva simplificación no explica de forma acertada los procesos complejos del cuerpo humano, ni por qué algunas personas, de hecho, consumen más calorías de las que necesitan.

Además, se ha demostrado que incluso las personas de bajos recursos y desnutridas pueden subir de peso. Por ejemplo, a principios del siglo XX, los pueblos indígenas de América vivían en la más absoluta pobreza y se veían obligados a subsistir con escasas cantidades de alimentos. Los niños presentaban síntomas de deficiencia, pero muchas madres tenían sobrepeso extremo, pero esto, ciertamente, no se debía a que comían más y dejaban que sus hijos pasaran hambre.

¿Estamos atrapados en un dogma que suena convincente pero que, en realidad, no tiene lógica?

En cualquier caso, los modelos explicativos imperantes aún no han podido reducir los casos de obesidad ni explicar por qué, entre personas que comparten un estilo de vida similar, algunas son gordas y otras no.

A la luz de estas contradicciones, cualquier persona que haya lidiado seriamente con la cuestión de cómo dejar de tener sobrepeso también debería cuestionar los puntos de vista establecidos sobre el tema.

Las personas que consumen más calorías de las que queman suben de peso: un concepto erróneo frecuente.

 

La explicación típica de por qué tenemos sobrepeso se basa en la lógica errónea de que la grasa nos hace engordar.

Ya en la década de 1960 sabíamos lo suficiente para poder reducir los casos de obesidad, pero los expertos en salud decidieron ignorar los hallazgos disponibles.

Antes de la década de 1950, apenas se ponía en duda que el sobrepeso se debía a un desequilibrio hormonal. Pero, después de la Segunda Guerra Mundial, esta idea fue desapareciendo hasta que fue reemplazada por la noción de que el sobrepeso se debía a un trastorno alimentario. ¿Por qué se produjo este cambio?

Este cambio paradigmático se debió, en gran parte, a la publicidad sobre el drástico aumento de casos de enfermedades cardíacas. En la década de 1970, este problema fue el centro del interés de la salud pública y, a su vez, el escenario económico y político.

La obesidad, las arterias obstruidas y las enfermedades cardíacas se explicaban de manera simple y plausible como afecciones debido a la ingesta de alimentos grasos. Nadie cuestionaba la lógica principal, aunque falsa, de que la grasa primero nos hace engordar y, luego, nos enferma.

Los médicos y las autoridades sanitarias alertaban con vehemencia a las personas sobre las consecuencias de una dieta con alto contenido de grasa. Estas ideas quedaron fijas en la mente de las personas e influenciaron a una generación entera de estudiantes de medicina.

El hecho de que la opinión médica actual esté dominada por un modelo explicativo deficiente no significa necesariamente que los médicos y expertos en nutrición actúen con descuido. Más bien, están atrapados en un paradigma tan convincente y llamativo que es difícil de cuestionar, y mucho más difícil de descartar como falso. No es fácil desarraigar una creencia establecida.

Entonces, la ciencia divulgó la doctrina de que, si queríamos bajar de peso, teníamos que comer menos grasa. Pero las personas no bajaban de peso. Al contrario, con los años, aumentaron de peso y los casos de enfermedades cardíacas incrementaron.

La explicación típica de por qué tenemos sobrepeso se basa en la lógica errónea de que la grasa nos hace engordar.

 

Hacer más actividad física y comer menos no evitará necesariamente que tengamos sobrepeso.

Por lo general, solemos culpar a los hábitos alimentarios no saludables y a la falta de actividad física del aumento de peso.

Pero, ¿qué nos convierte en personas sedentarias? ¿Acaso nos atrapó el encanto de la televisión y las papas fritas? Indudablemente no. Nos volvemos perezosos porque no tenemos ganas de estar activos. Y debemos tratar este letargo como tratamos un apetito excesivo: como un síntoma de un desequilibrio hormonal.

Durante el desarrollo del crecimiento en la pubertad, los niños se vuelven adictos a la televisión, no porque sean perezosos, sino porque están gastando mucha energía para crecer. No quieren participar en otras actividades simplemente porque no tienen suficiente energía para hacerlo.

Lo mismo ocurre con las personas que suben de peso. El exceso de tejido graso, que exige más energía, aumenta el apetito y las células grasas en crecimiento los enlentece. Acusarlos de perezosos y holgazanes es injusto. De hecho, a nivel físico, es mucho más difícil para las personas gordas superar su problema de peso.

Del mismo modo, la afirmación de que para perder peso debemos hacer más ejercicio y consumir menos calorías es problemática, porque cuanto más ejercicio hacemos, más energía necesita nuestro cuerpo para funcionar, lo que también aumenta nuestro apetito.

Además, existen innumerables casos que contradicen la idea de que cualquier persona puede perder peso solo ejercitando más y comiendo menos. Durante un estudio realizado en 1983, se descubrió que de un grupo de inmigrantes mexicanos en el sur de Texas que vivían en la pobreza y realizaban trabajos forzados alrededor del 40 % tenían sobrepeso a pesar de su intenso esfuerzo físico. Si el ejercicio y la baja ingesta calórica hacen perder peso, ¿por qué la obesidad era tan común entre estas personas?

No es la pereza ni el exceso de comida lo que nos hace engordar, sino lo que comemos.

Hacer más actividad física y comer menos no evitará necesariamente que tengamos sobrepeso.

En los próximos seis blinks, aprenderán exactamente cómo y por qué los carbohidratos nos engordan.

 

La insulina nos engorda y los carbohidratos controlan la producción de insulina.

En simples palabras, la hormona llamada insulina es la reacción de nuestro cuerpo a los carbohidratos.

Cumple una función importante en nuestro metabolismo porque es responsable de reciclar los carbohidratos, las grasas y las proteínas, es decir, los nutrientes que proporcionan energía a nuestro cuerpo.

La insulina facilita la transferencia de energía al tejido muscular, donde se quema. Asimismo, estimula el tejido graso para almacenar energía superflua.

Cuando comemos algo, nuestro cuerpo de inmediato quiere quemar la energía de los carbohidratos en el tejido muscular. Porque tan pronto como los carbohidratos llegan a nuestro torrente sanguíneo en forma de glucosa, nuestro nivel de azúcar en sangre se dispara. Los niveles altos de azúcar en la sangre son como un veneno para muchas células, por lo que nuestro cuerpo necesita controlar los niveles de azúcar en sangre. Para empezar, esto implica quemar los carbohidratos que se pueden convertir fácilmente en energía para darnos combustible más rápido y este proceso comienza cuando hay mucha insulina en el cuerpo. La cantidad de insulina distribuida depende de la cantidad de carbohidratos que se hayan absorbido.

El exceso de energía, ya sea en forma de carbohidratos, proteínas o grasas, se almacena para posibles “tiempos difíciles” en el futuro, cuando el cuerpo tenga un suministro externo de energía más bajo.

Los alimentos ricos en carbohidratos, como los dulces, el pan, la papa, los fideos y el arroz, llenan nuestro torrente sanguíneo de azúcar, lo que obliga a nuestro organismo a distribuir insulina. Pero, cuanto más alto es el nivel de insulina, más estímulo recibe el cuerpo para formar depósitos de grasa.

Por lo tanto, los carbohidratos son el factor más influyente en el mecanismo que regula la acumulación de grasa. En definitiva, son los encargados de que engordemos.

La insulina nos engorda y los carbohidratos controlan la producción de insulina.

 

Tener sobrepeso no es la consecuencia de un trastorno nutricional, sino la causa.

Cuando los tejidos se expanden, ya sea cuando se forma un tumor o durante el crecimiento de un niño, esto se llama “crecimiento” y sabemos que los cambios se basan en procesos complejos controlados por hormonas.

A nadie se le ocurriría decir que un niño creció porque comió demasiado. Los niños crecen constantemente y necesitan energía para hacerlo. No crecen porque comen, sino porque su crecimiento regulado por hormonas requiere mucha energía y les da hambre.

El crecimiento desenfrenado de un tumor es algo similar: no crece porque se alimenta de la energía, sino por problemas dentro de las células, que provocan su crecimiento.

Entonces, ¿por qué deberíamos pensar diferente sobre el sobrepeso y separarlo de otros procesos de crecimiento?

Es científicamente indiscutible que la hormona insulina influye de manera sustancial en la formación de depósitos de grasa y, sin embargo, cuando hablamos de sobrepeso, solemos confundir causa y efecto.

Al igual que en el caso de un tumor, el crecimiento de las células grasas puede verse afectado porque nuestro cuerpo responde a un alto nivel de azúcar en sangre, lo que produce un exceso de insulina.

Cuando engordamos, nuestras células están consumiendo energía y nos sentimos más hambrientos y lentos, como un niño que está pasando por un período de crecimiento acelerado. Las células grasas en crecimiento consumen más energía; por lo tanto, las personas gordas tienen más hambre.

Cuando reconocemos que el sobrepeso es consecuencia de un proceso de crecimiento biológico, queda claro que la gula o la pereza no pueden ser las razones por las que engordamos; en cambio, debemos tratar de entenderlos como síntomas de un trastorno del crecimiento.

Tener sobrepeso no es la consecuencia de un trastorno nutricional, sino la causa.

 

Nuestro cuerpo no puede procesar la cantidad ni el tipo de carbohidratos que se han vuelto comunes.

Los seres humanos somos criaturas de hábitos, en particular, en lo relacionado a la comida. Cuanto más tiempo ciertos nutrientes han sido parte de nuestra alimentación a lo largo de la evolución, mejor se han adaptado nuestros cuerpos a ellos y más saludables nos resultan.

Los carbohidratos, que constituyen una parte importante de nuestra dieta actual, son una adición relativamente nueva a la alimentación humana. Los humanos habitamos la Tierra desde hace unos 2,5 millones de años, pero las personas empezaron a comer harina hace unos 12 000 años con la expansión de la agricultura y el mundo occidental ni siquiera sabía qué eran las papas antes del descubrimiento de América. La harina blanca y el azúcar blanca se convirtieron en una parte importante de la alimentación humana a fines del siglo XIX.

La era de los alimentos ricos en carbohidratos es solo una fracción de segundo en la historia de la humanidad; por lo tanto, podemos descartar la posibilidad de que hayamos desarrollado una adaptación genética a estos carbohidratos de rápida digestión en tan poco tiempo.

Antes de la expansión de la agricultura, nuestros antepasados​vivían como cazadores y recolectores, y preferían las carnes grasas para saciar el hambre.

En un estudio publicado recientemente, se analizó la alimentación de las culturas cazadoras y recolectoras actuales que habían estado aisladas por completo de la civilización del siglo XX. Su alimentación se basaba, en gran parte, en el consumo de pescado y carne. Algunos de ellos incluso sobrevivieron sin comer verduras, frutas o granos. En otras palabras, su alimentación era completamente opuesta a la nuestra. En nuestra alimentación, los carbohidratos constituyen dos tercios.

Cuando los expertos en salud culpan a nuestro estilo de vida occidental por el aumento de casos de obesidad, ignoran el hecho de que, hasta hace muy poco, los alimentos ricos en carbohidratos apenas tenían alguna función en la vida de las personas, si es que la tenían.

Nuestro cuerpo no puede procesar la cantidad ni el tipo de carbohidratos que se han vuelto comunes.

 

Los carbohidratos no solo nos engordan, también nos enferman.

Si exponemos de forma regular nuestro cuerpo a grandes cantidades de carbohidratos durante un largo período de tiempo, podemos alterar la función de señalización de la insulina.

Lo que comemos influye en gran medida en el mecanismo sensible que controla nuestro metabolismo. Al ingerir alimentos ricos en carbohidratos, que constituyen una gran parte de nuestra ingesta calórica diaria, este mecanismo puede desequilibrarse y producir un exceso de insulina.

Dado que la insulina regula, en gran medida, la formación de depósitos de grasa, no solo engordamos, también nos volvemos más susceptibles a enfermedades como la diabetes o la presión arterial alta, que suelen presentarse con la obesidad.

Esta es la razón por la que estas enfermedades surgen de forma repentina en casi todas las culturas cuando entran en contacto por primera vez con los alimentos occidentales.

Este fenómeno también se puede observar en su efecto en los inmigrantes. El cáncer de mama, por ejemplo, no es muy común entre las mujeres japonesas. Sin embargo, las tasas de cáncer de mama de las descendientes de mujeres japonesas que inmigraron a los EE. UU. son iguales a las de otras mujeres en los EE. UU.

Un aumento similar en la probabilidad de contraer estas enfermedades se observa entre los grupos de inmigrantes, independientemente de su etnia y la enfermedad en cuestión.

Sin embargo, demonizar todo nuestro estilo de vida occidental no es la respuesta. En cambio, debemos tratar de apuntar a posibles causas específicas. Lo que nos lleva a apuntar a los carbohidratos.

Un indicador claro es el hecho de que nuestros antepasados, al igual que los pueblos indígenas actuales que viven aislados, rara vez comían carbohidratos y ninguno de los grupos ha sufrido de diabetes ni “enfermedades occidentales” similares. A partir de este punto, podemos concluir que es muy probable que los carbohidratos sean la causa del problema.

Los carbohidratos no solo nos engordan, también nos enferman.

 

Las dietas bajas en calorías casi nunca funcionan e incluso pueden dañar nuestra salud.

Las dietas diseñadas para disminuir el aporte calórico diario, que existen a montones, nos pueden ayudar a adelgazar a corto plazo, pero a largo plazo siempre hay una trampa: es decir, tenemos que seguir esforzándonos para mantener ese peso.

Para la mayoría de nosotros, este camino nos lleva al fracaso. Las dietas que limitan nuestra ingesta calórica nos privan de la energía y los nutrientes que mantienen nuestro cuerpo en forma y lo ayudan a regenerarse. Esas dietas matan de hambre al cuerpo.

Digamos que Juan Pérez disminuye su ingesta calórica en un 20 % solo al comer un 20 % menos de todo. Así, no solo evitaría el 20 % de las calorías, sino también el 20 % de las vitaminas y minerales que esas comidas aportan.

Cuando Juan Pérez retome sus antiguos hábitos alimentarios, su cuerpo recuperará la masa perdida. En otras palabras, experimentará el llamado efecto rebote.

En un experimento llevado a cabo en los EE. UU. a principios de la década de 1990, demuestra cuán contraproducente es este programa con el que las personas pasan hambre. En el transcurso de ocho años, las 20 000 mujeres participantes comieron 360 calorías menos de lo que venían comiendo todos los días. Los alimentos que comían contenían todo lo que se consideraba saludable y necesario: fibra, frutas y verduras, y poca grasa.

Al final, fue una decepción darse cuenta de que las mujeres solo habían perdido un promedio de dos libras. La mayoría de ellas, incluso, aumentaron de peso en la barriga: no habían perdido grasa sino masa muscular.

Es probable que todas las personas con sobrepeso ya hayan intentado comer menos, pero la mayoría de ellas terminan manteniendo su sobrepeso. ¿Acaso eso no genera grandes dudas sobre el éxito del método de dieta de hambre?

Las dietas bajas en calorías casi nunca funcionan e incluso pueden dañar nuestra salud.

 

La disposición genética, la edad y la nutrición influyen en nuestra probabilidad de tener sobrepeso.

Dado que los carbohidratos estimulan la producción de insulina y la insulina cumple una función importante en el crecimiento de los depósitos de grasa, podemos combatir de forma indirecta el almacenamiento de grasa consumiendo menos carbohidratos. Pero también es importante tener en cuenta cuán susceptibles somos a los carbohidratos y la insulina.

Nuestros genes deciden en primer lugar si engordamos y, en caso afirmativo, cuándo y dónde lo hacemos. No solo determinan la eficacia con la que nuestros músculos queman energía, también la rapidez con la que ahorramos energía para emergencias.

Algunas personas simplemente son más propensas a tener pliegues de grasa y parecen aumentar de peso con solo pensar en dulces, mientras que otras siempre pueden comer una segunda porción del pastel de crema sin culpa.

Otro factor es que nuestro cuerpo cambia a lo largo de la vida. Cuanto más tiempo y más regular e intensamente generemos altos niveles de insulina a partir de alimentos ricos en carbohidratos en el torrente sanguíneo, más resistente se vuelve nuestra musculatura a la insulina, lo que impide que el cuerpo queme energía. A su vez, el cuerpo reacciona a esta resistencia elevando la dosis de insulina necesaria para bajar el azúcar en sangre. Esto refuerza la resistencia y acelera el crecimiento de las células grasas, una situación sin salida.

Esas resistencias ocurren primero en las células del músculo y solo más tarde en los tejidos grasos, si es que ocurren. La resistencia a la insulina generalmente aumenta con la edad. Es por ello que las personas mayores suelen ser más propensas a tener sobrepeso, incluso si jamás han tenido problemas con el peso.

Todos sabemos que solemos aumentar de peso a medida que envejecemos. Sin embargo, muchos dirán que el catalizador es una ralentización de nuestro metabolismo.

Cuando ingerimos grandes cantidades de carbohidratos a lo largo de nuestra vida, reforzamos este proceso porque potenciamos la resistencia a la insulina.

La disposición genética, la edad y la nutrición influyen en nuestra probabilidad de tener sobrepeso.

En los últimos dos blinks, descubrirán lo que pueden hacer para controlar su peso.

 

Erróneamente las dietas bajas en carbohidratos tienen mala reputación.

Los médicos y nutricionistas generalmente desaconsejan una alimentación sin carbohidratos. Esta recomendación se basa en tres suposiciones básicas: primero, que es imposible perder peso sin quemar más energía de la que ingerimos; segundo, que los carbohidratos se pueden adaptar a una alimentación saludable; y tercero, que, cuando reemplazamos los carbohidratos con grasas, engordamos y nos volvemos más propensos a padecer enfermedades cardíacas.

Pero estas suposiciones son erróneas. Estos expertos ignoran el hecho de que la carne tiene un alto contenido de vitaminas esenciales para el cuerpo. Además, pueden reemplazar los carbohidratos con verduras que, a diferencia del azúcar, también contienen muchas vitaminas y minerales. Mientras que un consumo ilimitado de carne, huevos y verduras verdes garantiza un buen suministro de nutrientes, una dieta baja en calorías nos obliga a renunciar a nutrientes importantes.

Del mismo modo, a menudo, se ignora que los pueblos que no estaban influenciados por la cultura occidental desconocían por completo la diabetes y la obesidad, y que se alimentaban casi por completo de carnes y pescados grasos. Por ende, debemos descartar la posibilidad de que una alimentación rica en grasa sea la causa de estas enfermedades. Sorprendentemente, la primera vez que estos pueblos experimentaron sobrepeso fue cuando la harina y el azúcar se empezaron a incorporar a su alimentación.

Como los carbohidratos son los que nos engordan, y no la grasa, esta tampoco es culpable del riesgo de padecer enfermedades cardíacas. Si lo fuera, tendríamos una paradoja en la que el riesgo de sufrir enfermedades aumentaría a medida que bajáramos de peso, una relación claramente inversa.

Por último, el escepticismo generalizado en torno a una alimentación baja en carbohidratos es lo que excluye a los carbohidratos como la principal causa del sobrepeso: la firme creencia de que los alimentos ricos en grasas son la raíz de todos los males.

Erróneamente las dietas bajas en carbohidratos tienen mala reputación.

 

Para perder y mantener el peso, o para evitar subir de peso, en primer lugar debemos renunciar a los carbohidratos.

La respuesta corta a la pregunta de qué podemos hacer para evitar subir de peso es evitar los alimentos con alto contenido de carbohidratos.

A largo plazo, las dietas destinadas a perder peso solo tienen éxito cuando detienen la formación de depósitos de grasa de forma constante y estimulan el tejido graso para que libere el exceso de energía.

Dado que esto solo puede ocurrir cuando tenemos niveles moderados de insulina y dado que los carbohidratos estimulan la producción de insulina, debemos reducir la ingesta de carbohidratos.

Sin embargo, los diferentes tipos de carbohidratos influyen en nuestros niveles de azúcar e insulina en la sangre de maneras muy diferentes. En simples palabras, podemos asumir con seguridad que cuanto más dulce sea la tentación, más probable será que nos haga engordar.

Algunos carbohidratos llegan a nuestro torrente sanguíneo de forma muy rápida: los dulces, por ejemplo, llenan nuestro torrente sanguíneo de glucosa, lo que hace que los niveles de azúcar en sangre y los niveles de insulina se disparen.

Pero los productos de cereales, los alimentos ricos en almidón y las bebidas alcohólicas y azucaradas también son fuentes de energía altamente concentradas.

Por el contrario, la gran mayoría de los carbohidratos que tienen las verduras están ligados a fibras no digeribles, por lo que tienen un impacto menor sobre el azúcar en sangre y la liberación de insulina.

Si eliminamos los carbohidratos rápidos de nuestra alimentación diaria, no solo evitamos la formación de depósitos de grasa, también forzamos la liberación de grasa almacenada y la transformamos en energía.

Por supuesto que la abstinencia radical de carbohidratos no es necesaria para todas las personas porque no todas son igualmente sensibles a los carbohidratos. Pero, para cualquier persona que tenga sobrepeso o aumente de peso con facilidad, es la forma más sencilla de perder peso.

Para perder y mantener el peso, o para evitar subir de peso, en primer lugar debemos renunciar a los carbohidratos.

 

Resumen final

El mensaje clave de este libro:

Para entender por qué engordamos, tenemos que sacarnos de la cabeza la idea generalizada de que nuestro peso está determinado por la ingesta diaria de calorías y el consumo de energía. En cambio, deberíamos pensar en la cantidad de carbohidratos que consumimos y la forma en que nuestros cuerpos los controlan.

Las preguntas que este libro ha respondido:

¿Qué lógica errónea domina nuestra perspectiva del sobrepeso?

  • Las personas que consumen más calorías de las que queman suben de peso: un concepto erróneo frecuente.
  • La explicación típica de por qué tenemos sobrepeso se basa en la lógica errónea de que la grasa nos hace engordar.
  • Hacer más actividad física y comer menos no evitará necesariamente que tengamos sobrepeso.

¿Por qué y de qué manera los carbohidratos nos hacen engordar?

  • La insulina nos engorda y los carbohidratos controlan la producción de insulina.
  • Tener sobrepeso no es la consecuencia de un trastorno nutricional, sino la causa.
  • Nuestro cuerpo no puede procesar la cantidad ni el tipo de carbohidratos que se han vuelto comunes.
  • Los carbohidratos no solo nos engordan, también nos enferman.
  • Las dietas bajas en calorías casi nunca funcionan e incluso pueden dañar nuestra salud.
  • La disposición genética, la edad y la nutrición influyen en nuestra probabilidad de tener sobrepeso.

¿Cómo podemos controlar nuestro peso?

  • Erróneamente las dietas bajas en carbohidratos tienen mala reputación.
  • Para perder y mantener el peso, o para evitar subir de peso, en primer lugar debemos renunciar a los carbohidratos.

Material de lectura adicional sugerido: Comer para vivir de Joel Fuhrman

Comer para vivir ofrece a los lectores una descripción general completa de la nutrición humana, una reevaluación de la sabiduría nutricional convencional, casos de estudio personales y un programa dietético práctico con muchas recomendaciones. El lector aprende acerca de diversos estudios nutricionales, y sobre los beneficios y las consecuencias de los alimentos básicos, como la carne, la leche, el pescado, las verduras y las frutas.
 


Si quieres disfrutar de todas las ideas principales del libro ¿Por qué engordamos? de Gary Taubes, ¡no esperes más! Haz clic en el siguiente link para acceder al resumen completo.

 

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