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Mi historia de Michelle Obama, resumen del libro

Las memorias íntimas, poderosas e inspiradoras de la ex Primera Dama de los Estados Unidos
by The Blinkist Team | Feb 22 2023

En este resumen del popular libro Mi historia de Michelle Obama te presentamos las ideas principales de este clásico best-seller.

 

Sinopsis

 Mi historia (2018) cuenta la vida de Michelle Obama, de soltera Robinson. Nacida en un barrio de clase obrera de Chicago y rodeada del amor de sus padres, Michelle se convirtió en una mujer fuerte, independiente, que casualmente conoció a un hombre llamado Barack Obama y se enamoró de él. Su historia es la de una mujer que no esperaba llegar a convertirse en la primera afroestadounidense en ocupar el cargo de primera dama de los Estados Unidos, y aun así encontró la manera de hacer valer su voz única y excepcional en las circunstancias más inusuales y difíciles.
 

¿A quién está dirigido?

A quienes disfrutan una historia inspiradora

A las madres que trabajan

A quien anhela cambiar las cosas
 

Acerca de la autora

Michelle Obama se graduó en la Universidad de Princeton, asistió a la Facultad de Derecho de Harvard y luego se incorporó al prestigioso despacho jurídico Sidley & Austin, en Chicago. Trabajó en la alcaldía de la ciudad y luego fue directora ejecutiva del programa de orientación para jóvenes Public Allies. Más adelante fue directora ejecutiva de Asuntos Comunitarios del Centro Médico de la Universidad de Chicago. Desde que se convirtió en primera dama de los Estados Unidos, ha escrito muchos libros y ha abogado por la salud de los niños y por resolver los problemas que aquejan a las familias de los militares.
 

¿Qué beneficio ofrece? Es una historia inspiradora sobre el camino recorrido por una mujer desde el sur de Chicago hasta la Casa Blanca.

La fecha: 1 de abril de 2009. El lugar: Londres. La ubicación precisa: El Palacio de Buckingham.

Para Michelle y Barack Obama es un gran día. En enero de ese año, Barack había prestado juramento como presidente de los Estados Unidos. Hoy, Michelle y él asisten a la recepción de la cumbre del G20, y se los considera recién llegados al escenario mundial. He ahí a Michelle, quien creció en el sur de Chicago, comiendo canapés y codeándose con Angela Merkel y Nicolas Sarkozy. Es emocionante, pero ella no sabe bien cómo actuar en medio de la desconocida novedad del Viejo Mundo.

Hacia el final de la recepción, la reina de Inglaterra aparece de pronto a la derecha de Michelle. Ambas pasaron la velada enfrascadas en charlas triviales, como lo manda el protocolo más estricto. De manera que el ambiente se aligera cuando la Reina, mirando las zapatillas de tacón bajo de Michelle, comenta: “Vaya, esos zapatos son bastante incómodos, ¿no le parece?” Ambas reconocen que les duelen los pies, y sueltan una buena carcajada. Entonces, siguiendo un impulso natural, Michelle pone la mano en la espalda de la Reina, como haría con cualquier otra persona con quien acaba de entablar un lazo amistoso.

Lo que no sabía entonces era que había violado el protocolo… gravemente. La prensa amarilla actuó como si hubiera cometido un crimen atroz, o cuando menos un desatino inadmisible. ¡Cómo se atrevía a tocar a su Majestad! Pero lejos de esconder la cara con vergüenza, Michelle mantuvo el gesto. Quizá la actitud no fuera correcta, pero era humana. Además, la Reina le devolvió el gesto poniéndole en la espalda la mano enguantada de blanco.

El pequeño incidente dice mucho del carácter afable de Michelle Obama: Es una mujer fuerte pero afectuosa, que quiere hacerlo todo de la manera correcta y aun así encontrar puntos de coincidencia. Y sí, también es motivo de controversia. Estos blinks les contarán la historia de su vida y cómo se convirtió en lo que es hoy.
 

Un comienzo ambicioso

Uno de los primeros recuerdos de Michelle Obama es el repicar de las teclas del piano. A sus oídos, ese era el sonido de la ambición. En el cuarto contiguo a su dormitorio, su tía abuela Robbie daba lecciones de piano. Casi a diario Michelle alcanzaba a oír el tintineo de los alumnos de Robbie, que buscaban desesperadamente a tientas sus melodías. La música de aquellos aficionados le dejó tal huella que, a los cuatro años, ella misma se volvió ambiciosa.

Michelle estaba segura de que quería aprender a tocar el piano.

Declinaban los años sesenta, en el barrio South Shore de Chicago. Era un momento de agitación política y descontento social, pero Michelle era demasiado joven para entender lo que sucedía fuera de su casa. Su unida familia constaba de su hermano, Craig, dos años mayor que ella; su padre, que trabajaba en una planta de filtración de agua y admiraba al equipo de beisbol los Cachorros de Chicago, y su madre, que era muy hábil para la costura y la recaudación de fondos para la comunidad.

Una de las cosas que más unían a la familia era la música. En casa, su padre siempre ponía discos de jazz. Y en casa de su abuelo, todos los cuartos tenían un altavoz conectado al estéreo; en las reuniones familiares, una gran variedad de voces e instrumentos de aliento llenaba la casa: Ella Fitzgerald, John Coltrane, Miles Davis. Fue su abuelo, al que todos llamaban “Southside”, quien le regaló a Michelle su primer disco: Talking Book, de Stevie Wonder.

Pero aprender a tocar el piano fue otra historia. Robbie era firme y estricta. Tenía una postura impecable. Siempre llevaba colgados al cuello los anteojos para leer, símbolos de su rigurosa supervisión. A menudo regañaba a sus alumnos. Aun así, Michelle anhelaba ganarse su aprobación.

Si han tomado lecciones de piano, saben que es básico encontrar el do central. Esta tecla funciona como un punto de referencia musical: saber dónde está te permite colocar correctamente las manos sobre el teclado. Pero cuando tienes cuatro años y te sientas frente a 88 teclas, no es fácil encontrar el do central. Por suerte, el piano de Robbie tenía desportillada esta tecla, lo que facilitaba la tarea.

La mayoría de las veces Michelle era una alumna aplicada y aprendía con rapidez… con demasiada rapidez, en opinión de su abuela. En poco tiempo intentó saltarse las piezas para principiantes y tocar otras más avanzadas del libro de piano. Esto, en vez de impresionar a Robbie, la enfurecía. Insistía en que Michelle obedeciera y aprendiera paso a paso.

Llegó entonces el primer gran recital de Michelle. Una vez al año, Robbie presentaba a sus alumnos al público en el auditorio de la Universidad Roosevelt. Michelle se hizo unas coletas y se puso un vestido bonito. Estaba lista para brillar. Pero luego, sentada al piano, se quedó paralizada. No había ninguna tecla desportillada.

¿Dónde estaba el do central?

Fue entonces cuando Robbie acudió al rescate. Caminó pausadamente al escenario y, asomando la cabeza sobre el hombro de Michelle como un ángel de la guarda, le señaló la tecla. Michelle pudo entonces dar comienzo a su recital.
 

Cómo adquirió confianza en sí misma

Michelle creció en medio de personas luchadoras. Luchaban por aprovechar al máximo lo que tenían, y por dar a sus hijos mejores oportunidades de las que ellos tuvieron de pequeños. Ya en la escuela primaria, Michelle era una alumna aplicada. Sin embargo, dadas sus circunstancias, no siempre era fácil destacarse.

Por ejemplo, cuando empezó el segundo año, se quedó estancada en una clase llena de niños revoltosos, con una maestra impotente que no podía imponer el orden. Por fortuna, cuando Michelle dijo en casa lo mucho que detestaba esa clase, su mamá la escuchó y no tardó en hacer que la examinaran y subieran a una clase de tercer año, con otros alumnos sobresalientes que sí querían aprender.

Todavía hoy Michelle se pregunta cómo le habría ido en la vida si su mamá no hubiera intervenido. Pues mantuvo su buen desempeño académico y luego se ganó un lugar en la Secundaria Whitney M. Young, una escuela con igualdad de oportunidades y maestros progresistas, que atraía jóvenes sobresalientes de toda la ciudad.

Pero ahora que había encontrado una escuela que se adaptaba a sus necesidades, ella misma debía aprender a adaptarse. Era la primera vez que Michelle conocía chicos del más opulento norte de Chicago, jóvenes que tenían pasaportes y se iban a esquiar en las vacaciones. Chicas que usaban bolsas de marca y vivían en apartamentos en edificios altos.

Sin embargo, Michelle entabló amistad con una compañera. Santita Jackson era hija de Jesse Jackson, el famoso líder político, y Michelle era bienvenida en su fascinante y colorido hogar. Un día de calor sofocante, participó incluso en la Marcha del Día de Bud Billiken, al lado de Santita y otros partidarios de Jesse Jackson.

Esto marcó el primer contacto de Michelle con la vida política. Y, a decir verdad, no le resultó atractiva. El hogar de los Jackson era caótico, con empleados que corrían en todas direcciones y muy poca calma y estabilidad. Como niña educada a quien le gustaba cierto sentido de control, ya entonces sabía que esa vida no era lo que más deseaba.

Michelle empezó a adquirir confianza intelectual en la escuela secundaria. Se dio cuenta de que cuanto más se esforzaba, más cerca estaba de alcanzar el mayor nivel de la clase. En la secundaria superior la eligieron tesorera de la clase, pertenecía a la Sociedad Nacional de Honor y estaba en camino de alcanzar al 10 por ciento de los alumnos de mayor rendimiento de su clase. Fue entonces cuando adquirió la confianza necesaria para poner la mira en la Universidad de Princeton.

Su orientadora académica no estaba tan segura de ese plan. Le dijo a Michelle que quizá no tuviese “madera para Princeton”. Pero Michelle ya tenía suficiente confianza para saber que su orientadora se equivocaba. Michelle solicitó su ingreso en Princeton. Siguió batallando. Y, al final, la aceptaron.
 

Nueva escuela, nuevo modelo a seguir

A Michelle la atraía Princeton, en parte, porque su hermano, Craig, ya estaba inscrito allí y no había tardado en volverse estrella del equipo de basquetbol, para deleite de su padre. Así que Michelle no estaba totalmente sola cuando pisó el impecable campus de la universidad en Nueva Jersey. Pero esto no significa que sintiera el campus como un segundo hogar. Lejos de ello, en realidad.

En su primer día en Princeton, Michelle dejó sus pertenencias en el dormitorio y, al mirar por la ventana, vio una marea de estudiantes —en su mayoría blancos, varones— acarreando su equipaje por el campus. Fue una sensación nueva para Michelle estar en un lugar donde era una de las únicas personas no blancas. De hecho, su clase de primer año tenía menos de 9 por ciento de estudiantes negros. El equivalente, en sus propias palabras, a ser una semilla de amapola en un tazón de arroz.

Pero a pesar de su incomodidad inicial, encontró una comunidad de apoyo en la organización estudiantil llamada Centro del Tercer Mundo. Y cuando empezó a trabajar como asistente de la mujer que dirigía el Centro del Tercer Mundo, Michelle también ganó una mentora inspiradora.

Czerny Brasuell, la nueva jefa de Michelle, era una valiente y hermosa joven negra que se mantenía en constante actividad. A menudo se la veía corriendo de una reunión a otra con un montón de papeles bajo el brazo y un cigarrillo colgando entre los labios. Czerny era fascinante, infatigable, una fuerza de la naturaleza. Y lo hacía todo siendo madre soltera.

Czerny impresionó más que nunca a Michelle durante un viaje a la ciudad de Nueva York. Michelle nunca había estado en la Gran Manzana, que la llenó de asombro y preocupación. Sonaban las bocinas de los autos. La gente gritaba. Todo se movía a un ritmo rápido, frenético. Pero esta bulliciosa locura no solo dejaba como si nada a Czerny, sino que parecía recargarla de energía. Pasaba volando en el auto entre taxis y peatones imprudentes, lo estacionaba en doble fila, entraba y salía corriendo de las tiendas, y lo hacía parecer como si no fuera gran cosa.

En un momento en que dejar el auto en doble fila no era posible, Czerny hizo que Michelle tomara el volante y diera dos vueltas a la manzana para que ella pudiera hacer un encargo. Al principio Michelle se asustó un poco. Pero al ver la expresión de Czerny, se pasó de un salto al asiento del conductor. La expresión de Czerny decía: “Supéralo y vive un poco”.

Tras obtener su licenciatura en sociología en Princeton, Michelle decidió solicitar el ingreso a la Facultad de Derecho de Harvard. Pero aprendió mucho de Czerny sobre la vida. Michelle sabía que algún día quería ser una madre trabajadora, y Czerny era el ejemplo perfecto de cómo serlo con gracia y estilo.

 


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